El Nobel sudafricano destacó el vigor de los escritores argentinos en la vida cultural del país. El lunes 11 de abril brindará una cátedra en Buenos Aires.
por Dolores Pruneda Paz
La literatura argentina “es sustancial” y el rol de sus escritores en la vida cultural del país “muy vigoroso”, asevera el Nobel sudafricano J.M. Coetzee, quien abrirá la cátedra sobre Literaturas del Sur que lleva su nombre en la Universidad Nacional de San Martín y participará de la 42 Feria del Libro de Buenos Aires.
El 11 de abril Coetzee inaugurará la cátedra que tendrá a Delia Falconer y Ivor Indyk, autora y editor australianos, de profesores invitados; y que estudiará las letras de América Latina, de África Subsahariana y de Australia y Nueva Zelanda, indica a Télam vía mail el autor de “Infancia”, “Juventud” y “Verano”, trilogía que ficcionaliza su vida y debate el carácter de identidad y memoria.
“Si algo tienen en común esos territorios -describe el escritor que recibió el máximo galardón literario en 2003 por ‘la brillantez a la hora de analizar la sociedad sudafricana’-, es una historia colonial de dependencia diversa con la metrópoli, es decir, con centros culturales de Europa y América del Norte”.
Esas dependencias “presentan su nivel más alto en Australia y el más bajo en Latinoamérica” y si tuvieran similitudes intrínsecas “no es significativo” para Coetzee, sudafricano radicado en la ciudad australiana de Adelaida.
“Las literaturas son demasiado grandes y variadas como para generalizarlas”, sentencia el autor de “Disgrace”, emblemática novela publicada en 1999 y traducida como “Desgracia” por proximidad lingüística aunque signifique ‘deshonra’, donde realiza una descripción precisa de la degradada Sudáfrica post Apartheid.
El autoexpatriado, el novelista que intenta reconstruir un origen vaciado, una identidad que se conforma de lo que no es -ni negro ni afrikaner ni inglés, ni judío ni protestante. No se identifica con el deseo, se pregunta qué “ser” es el correcto-, afirma que “si las literaturas nacionales tienen futuro sólo el tiempo podrá decirlo”.
“El concepto de una literatura nacional fue significativo en los siglos XIX y XX -remarca Coetzee-. Jugó un papel decisivo en la construcción de identidades a través del sistema escolar cuando a una edad impresionable los niños leían textos que exaltaban esos caracteres”.
Esa literatura es la que él tampoco habita, aunque la Sudáfrica que desea borrar lo persigue (en Londres y en Austin, Estados Unidos, de su novela “Juventud”, adonde acude como estudiante universitario). Pero si lo negado no estuviera -en el lado oscuro del espejo- Coetzee no podría definirse como lo hace: por negación.
John Maxwell (Ciudad del Cabo, 1940), no sólo perdió un país, perdió la geografía de infancia, la granja familiar donde pasó los mejores días de su vida: “no hay ningún otro lugar en el mundo que ame más o que pueda imaginarse amar más”, escribe en “Infancia”.
Su prosa contiene una poética del dolor y conjura el olvido de maneras diversas: ficcionalizando su memoria, reconstruyéndose en sus ficciones, testificando a su país con una parca lectura de lo real o como lo hace en “Aquí y ahora”, libro que reúne cartas que intercambió con Paul Auster entre 2008 y 2011.
“El género de la biografía en el pasado dependía en gran medida de la supervivencia de la correspondencia -asevera- y, en particular, de la supervivencia de la carta personal, es decir, la letra escrita en el papel, transportada por el servicio postal y almacenada por el destinatario”.
Pero “la desaparición de las cartas en papel hace difícil ver de dónde los biógrafos del futuro obtendrán la información que necesitan, porque dudo que muchas personas vayan a conservar sus correos electrónicos” advierte el premiado escritor -obtuvo dos Booker Prize, el Prix Etranger Fémina y el Premio Jerusalén además del Nobel-.
¿Quién lo recordará? Él mismo. Sin subjetividades. Presentando tramas a través de pruebas, algo que tal vez proviene de su formación como matemático o como programador de computadoras, o del contexto dictatorial en el que creció, del que aprendió esa concisa expresión aunque muy crítica y extrañamente aceptada por los censores del Apartheid.
Aunque algunas temporalmente confiscadas, ninguna de las cinco novelas publicadas esos años fue prohibida. En “Vida y época de Michael K”, un vasto catálogo de abusos políticos publicado en 1983 los censores encontraron una “brillante novela” que si bien “se ubica en Sudáfrica” presenta un “problema universal”.
“Los regímenes represivos, las maquinarias de censura y los métodos más informales de la intimidación, sin duda pueden hacer la vida muy difícil para los escritores disidentes”, reconoce quien publicó una vez cumplidos los 30 años, lenta maduración vinculada a la angustia de una Sudáfrica donde decir la verdad era imposible y componer ficciones desconectadas del entorno, insustancial.
Sin embargo, “Sudáfrica bajo el Apartheid no es un buen caso de estudio, porque los escritores que trabajaban en inglés tenían muchas oportunidades para publicar en el extranjero” asevera quien en esa época publicó también “Esperando a los bárbaros”, “Tierras del poniente”, “En medio de ninguna parte” y “Foe”.
Para Coetzee, amante de la literatura rusa, “la Unión Soviética sería un mejor ejemplo, porque la censura era muy severa y la industria editorial en lengua rusa en el exterior, minúscula”.
“Y aunque no estoy en condición de juzgar si 70 años de censura soviética, añadidas a la censura zarista que la precedió lograron deformar el idioma ruso, (el Nobel literario) Aleksandr Solzhenitsyn ciertamente pensaba así”, indica.
Por otra parte, su relación con lo que se escribe en la Argentina en este momento “es fragmentaria -asegura- debido a que el negocio de la traducción es lento y porque América Latina ya no es tan popular entre los editores de América del Norte como lo fue durante el Boom y el auge del realismo mágico”.
Pero puede afirmar que “la literatura argentina en su conjunto es muy sustancial, muy fuerte. Y ha sido fuerte durante mucho tiempo”, que “el rol de los escritores en la vida cultural del país sigue siendo muy vigoroso”, que “César Aira y Ricardo Piglia son importantes presencias” y que “a pesar de las dificultades prácticas su industria editorial parece estar floreciendo”.
Entre las actividades gratuitas de Coetzee figuran la presentación del libro de Delia Falconer, “El servicio de las nubes”, el 15 de abril a las 19 en la porteña Fundación Pasaje 865, ubicada en Humberto Primo 865, prologado por Ivor Indyk y publicado por Unsam Edita.
En tanto que el 22 de abril a las 18.30, en la sala Roberto Arlt de la Feria del Libro, participará en la mesa “De la escritura a la edición: un ejercicio comparativo entre Australia y Argentina”, junto a los australianos Falconer e Indyk y los argentinos Luis Chitarroni y Selva Almada.
Télam.